Era tan sólo una niña cuando le contaron un cuento. Un cuento que se lo acabo contando tantas y tantas veces que acabó creyendo que, en lugar de un cuento, era parte de su vida.
De niña la invitaban a soñar con un futuro prometedor, con un futuro lleno de éxitos, de elecciones, de abundancia: “si estudias mucho llegarás a ser alguien”, “si aciertas en tus decisiones tendrás éxito en la vida, de lo contrario, fracasarás”; “si trabajas incansablemente, si eres fuerte y valiente, y te empeñas y empeñas… lograrás tener y hacer lo que quieras”.
Y con este cuento fue sumando segundos, y luego minutos, y horas, y después años y al final todos esos años se acabaron convirtiendo en unas cuantas décadas.
Y ¿sabeis qué? Que aquel cuento, aunque era cierto, estaba por acabar.
Un día, un día del mes de marzo de 2020 el cuento se abrió por una página en blanco: un virus se había instalado en su presente, poniendo en pasado cualquier futuro inmediato. Fue así como empezó a narrar la parte de la historia inacabada: por mucho esfuerzo que le pusiera: la pérdida se escapaba de su control; por muy valiente que se sintiera: el dolor se instalaba en sus días a medida que el miedo, la desesperanza y el llanto por esa pérdida, se hacían más asfixiantes en su vida. Fue así como, poco a poco, fue apreciando poder atender al presente, a agradecer el instante, a aceptar la incertidumbre, a perdonar. Y a perdonarse.
Y fue así, que descubrió que en medio de la pérdida se gesta una nueva ganancia: podía ser compasiva consigo misma, podía abrazarse, dejar el juicio, la razón y todas las creencias de aquel cuento contado. Podía narrar su propio cuento. Crear una nueva historia.
Una historia nueva. Consciente. Su historia. Ni reescribir el cuento, ni programar un final feliz.
Aunque eso sí, la vida le entregaba un nuevo regalo por descubrir. Cada nuevo día podía crear una nueva historia. Esta historia que te cuento hoy. Sólo tuya. Sólo hoy. Sólo, aquí y ahora.
Para mi querida Belén en medio de su dolor.
Mayo de 2020